Hay gente que lo tiene realmente mal para ser feliz. Es muy difícil estar bien si, tengas lo que tengas, siempre llegas a la conclusión de que desearías tener otra cosa; si, estés donde estés, te das cuenta de que en realidad estarías mejor en otro sitio; o si, en una circunstancia determinada, acabas por desear que tus circunstancias fueran otras. A la gente que funciona así normalmente se la suele definir como que no sabe lo que quiere. Yo no creo que sea así. Ellos parecen saber lo que quieren, pero cuando lo tienen resulta que no, que quieren otra cosa. Así que yo los llamo gente que siempre quiere otra cosa. Si damos por cierto eso de que “No es feliz quien tiene mucho sino quien está contento con lo que tiene”, queda claro que esa gente nunca podrá ser feliz.
Luego tenemos otro tipo de gente que tampoco podrá ser feliz nunca. Esos son los que dependen de los demás para estar bien. Necesitan que los demás hagan ciertas cosas y sean de una determinada manera para sentirse bien. En definitiva, necesitan que las vidas de quienes les rodean se ajusten a sus expectativas particulares, pero, cuidado, que no solo estamos hablando de cosas que dependen de esas personas, sino también de cosas que se escapan por completo a su control. Esas personas no solo exigen que uno haga cosas, sino también que el azar juegue a su favor. Esa gente no solo espera que quienes tienen a su alrededor hagan ciertas cosas por ellos, sino que también espera que sucedan cosas, o que no sucedan. Son gente que se queja porque los otros han tomado ciertas decisiones, pero también se queja porque han sucedido ciertas cosas que se escapan totalmente al control de los afectados, como accidentes o enfermedades. Evidentemente, esos también lo tienen muy mal para llegar a ser felices.
Además, hay un tercer grupo de gente que nunca podrá ser feliz. En ese grupo se combinan las dos características anteriores. Por una parte siempre quieren otra cosa y por otra necesitan que las vidas de los demás se ajusten a sus expectativas. Evidentemente, la combinación de ambas cosas es terrible, sobre todo para aquellos que intentan hacerles felices, pero de eso hablaré más adelante.
Eso sí, es relativamente fácil reconocer a esa gente incapaz de ser feliz. Basta ver como hablan, al analizar su discurso nos daremos cuenta. Lo primero que llama la atención es el abuso del condicional. Los del primer grupo, los que siempre quieren otra cosa, no paran de decir cosas como: “Ahora me gustaría estar en / ir a...”, “Me gustaría que...”. No se cortan a la hora de expresar sus deseos, hasta el punto de que quienes les escuchan acaban por preguntarse si alguna vez saldrá de sus bocas algo parecido a “¡Qué bien estoy aquí/ahora/así!”. Es posible, pero muy poco probable. También tienen tendencia a castigarse. Se lamentan usando lo que en inglés se llama condicional imposible. Dicen cosas como “Si hubiera hecho/dicho... (cualquier participio), ahora sería/tendría/estaría (cualquier condicional)”. A mí personalmente siempre me ha parecido absurdo utilizar ese tiempo verbal, seguramente porque solo sirve para lamentarse, y porque no creo que tenga mucho sentido eso de gastar tiempo y energías en describir cosas que no podemos cambiar, pero, claro... yo no soy como esa gente que estoy describiendo ahora mismo.
Los que necesitan que las vidas de los demás se ajusten a sus expectativas también usan el condicional imposible, pero en lugar de utilizarlo para lamentar todo lo que han hecho mal o no han hecho, lo utilizan para recriminar sus acciones a quienes tienen a su alrededor, esos que, según ellos, tienen la obligación de hacerles felices. Como además de pretender que la gente que tienen alrededor haga las cosas que ellos quieren voluntariamente, también esperan que otras cosas sucedan de una determinada manera, pueden llegar a decir cosas como estas: “Si no hubieras tenido ese accidente...” (claro, como que me encanta tener el coche destrozado y tres costillas rotas), “Si hubieras tenido un hijo...” (pues sí, es que soy estéril a propósito, oye), “Si en lugar de niño hubiera sido niña...” (es que se me olvidó poner la cruz en el recuadro de sexo femenino al rellenar la hoja de encargo, mira), “Si tu padre no hubiera tenido cáncer...” (que todos sabemos que lo tuvo porque se moría de ganas de vivir algo tan enriquecedor como la quimioterapia y una buena cirugía radical, que en el fondo estaba disfrutando como un enano), “Si hubieras estudiado medicina...” (o derecho, o arquitectura, o ingeniería, según te haga falta en cada momento, ¿no?). Parece que no se den cuenta de lo absurdo de su discurso, que no sean conscientes de que no tiene ningún sentido, especialmente si se dedican a echarles en cara a los demás ese tipo de cosas que se escapan totalmente al control de cualquiera. Además, tienden a tomarse las desgracias, incluso las ajenas, como algo personal y pueden ser muy duros en sus recriminaciones, que resultan totalmente absurdas para los que no están implicados, pero que pueden ser muy difíciles de entender para quienes sí están implicados y son en realidad las víctimas de la situación.
Los del tercer grupo, esos que siempre quieren otra cosa y además necesitan que las vidas de los demás se ajusten a sus expectativas también usan los condicionales, exactamente igual que los de los otros grupos. Lo peor, sin embargo, es otra cosa: hoy lo usan para recriminarte una cosa, pero mañana lo usarán para recriminarte otra. Como se te ocurra hacer un sacrificio para intentar que sean un poco felices, habrá sido en vano, porque llegará el momento en que se darán cuenta de que en realidad querían otra cosa. Esa gente, que seguro que nunca llegará a ser feliz, es especialmente peligrosa, tanto para ellos mismos como para quienes tienen a su alrededor, especialmente si a su alrededor hay gente generosa, de esa que hace todo lo posible para que quienes les rodean se sientan bien, o con tendencia a la culpabilidad. El problema es que esa gente que no puede ser feliz suele ser especialista de la manipulación y del chantaje emocional, y muy probablemente conseguirá que quienes están a su alrededor intenten complacerles. Se sacrificarán, harán cosas que no quieren hacer, dejarán de hacer cosas que quieren hacer... y luego se darán cuenta de que no habrá servido de nada porque, sea lo que sea lo que han hecho, al final se enterarán de que “tendrían que haber hecho otra cosa”. Algunos incluso se sentirán culpables, especialmente si la persona que les recrimina tiene una ascendencia fuerte sobre ellos (de hecho, cuanto más quieran a esa persona que no puede ser feliz, más culpables se sentirán). Con un poco de suerte, se darán cuenta de lo que hay, llegarán a entender que hagan lo que hagan siempre lo harán mal aunque de entrada parezca que lo han hecho bien. Luego llegarán a la conclusión de que, en ese caso, lo mejor es hacer lo que realmente desean hacer y podrán seguir con sus vidas con una cierta tranquilidad.
Me imagino que ahora mismo alguien se está preguntando qué se puede hacer con esa gente que no es capaz de ser feliz. Nada. Lo más probable es que no lleguen a cambiar nunca. Y, si cambian, no será por lo que nadie les diga, sino más bien porque la vida acabará por ponerles en su sitio. Esos que siempre quieren otra cosa posiblemente necesitan madurar, establecer sus prioridades y aprender a tener expectativas realistas. Los otros, además de todo eso, necesitan saber que no son dueños de las vidas de los demás, que hay cosas que no dependen de nadie, y luego “paciencia para aceptar las cosas que no pueden cambiar, valor para cambiar las cosas que pueden cambiar, y sabiduría para distinguir entre unas y otras”. Y todo eso no se lo podemos dar nosotros, por mucho que deseemos que sean felices. Así que lo mejor es intentar vivir nuestra vida como queremos y no dejar que su infelicidad influya en nosotros.