Una vez hechas las compras tocaba matar el gusanillo, así que fuimos hacia atrás, buscando un sitio donde además de tomar una cerveza se pudiera comer cualquier cosa, porque habíamos salido de casa sin haber comido más que el desayuno. En esta casa los fines de semana se desayuna y luego se merienda-cena fuerte. Lo de levantarse a mediodía tiene esas cosas...
Aterrizamos en un chiringo pequeño donde parecía que tenían cosas de comer. El bareto está tres locales antes de la plaza con la fuente antigua y la estatua moderna (horrenda, nunca me cansaré de decirlo) de San Juan si se va desde el puente de D. Luis, concretamente el número 48 del Cais da Ribeira.
Pedimos um fino (una caña en Oporto, en Lisboa se llama uma imperial) y uma tosta mista (sándwich de jamón york y queso) cada uno. De repente vimos salir un chorizo en llamas (antes lo habían rociado con alcohol) clavado en un palo y puesto sobre una assadeira (por fin he entendido la utilidad de ese cacharro de barro ovalado con unas tiras cruzando por encima, de barro también). Y luego ha salido otro, y otro, y otro... Decidimos que la próxima vez nos pediremos eso, que debe ser lo típico del chiringo en cuestión.
Y de repente, el fado. A todo volumen, saliendo de una jukebox tipo Wurlitzer. Una voz de hombre que no cantaba nada mal. No reconocimos al cantante por la voz y decidimos preguntar más tarde.
Los señores del chiringo estaban muy ocupados, entre servir las mesas y localizar a Nadia, su nieta, rubia de unos 5 o 6 años. La abuela amenazaba “Cómo no vuelvas ya mismo te va a caer una bofetada que...”. La niña asoma, “¡Ahora voy!”, y desaparece otra vez. Ruido de niños jugando. La abuela se acerca, le mete un berrido, va la niña, la abuela le planta un besazo y le dice algo. La niña se va a jugar otra vez. La Ribeira tiene un ambiente de barrio de los de antes, delicioso. Perros y niños sueltos en la calle, gente que se conoce y se habla.
Detrás de mí el señor del chiringo se pone a cantar un fado. No canta nada mal. Comento que tiene valor, que eso de cantar fados a capella no lo hace cualquiera. Luego llega un paisano. Canta con él. Tiene pinta de pobre y de borracho, o de que le falta un aire. Pero canta y sonríe. Cantan los dos a dúo. Y luego canta también el CD de la máquina con ellos.
Entramos para pagar. Preguntamos quién canta. El señor del bar nos dice que él. Le decimos que quién canta en la máquina. Nos dice otra vez que él. Flipamos. Nos cuenta que ha sacado un par de CDs y nos los enseña. Le decimos que queremos uno. Él nos dice que nos pone un autógrafo. Escogemos el que tiene en la portada la foto del señor montada sobre un fondo de la Ribeira y otra de la nieta jugando a barrer. Descubrimos que se llama Capélio da Ribeira, o que ese es su nombre artístico. El título del CD es “Amo a Ribeira, amo o Rio”. Mientras el señor nos lo dedica un cliente nos cuenta que cuando en la Ribeira no había nada, ese bar ya estaba ahí. Capélio nos pregunta si no lo hemos visto nunca en la tele. Le decimos que vemos poco la tele. Nos callamos que la tele portuguesa no la vemos casi nunca, por si acaso nos encontramos con uno de esos culebrones. La dedicatoria dice: “Para o casal simpático, Francisca e Jorge, com um abraço de amizade do Capélio da Ribeira”. Le exijo mi abrazo. Nos dice que volvamos otro día, que nos cantará un fado a la mesa.
Nos vamos hacia el coche comentando el tema. Sabemos que volveremos a ese bar, y no solo por habernos quedado con ganas de probar el chorizo flameado.
Vamos a comprar esa cámara. Cenamos cualquier cosa en un centro comercial. Cenando descubrimos que Jorge ha perdido el móvil en algún lugar durante la tarde, así que toca llamar para que lo desactiven. Hoy habrá que ir a una tienda a buscar otro móvil y otra tarjeta con el mismo número. Adiós a todos los números guardados en ese móvil. Pero no fue un mal día, en absoluto.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada