dimarts, de maig 27, 2008

piratería, fansubs y canon

Leo en La Vanguardia un artículo en el que dicen que, según Estados Unidos, España está entre los 6 países con más piratería. La única pega que yo le veo al tema es que eso que ellos llaman piratería (a mí el término no me ha gustado nunca) es algo que llevamos haciendo toda la vida. Ahora hay otros medios que lo hacen todo un poco más fácil, pero no deja de ser lo mismo de siempre.

Hagamos un poco de historia y volvamos por un momento a los 70. Entonces yo tenía un magnetófono portátil, de esos que permitían reproducir cintas de casete y también grabar. También tenía un tocadiscos. Ambos eran mono. Mis padres, sin embargo, tenían un equipo de alta fidelidad que permitía grabar en estéreo de disco o radio a casete, y sin tener que estar callado como un muerto. Recuerdo que en esos momentos solíamos comprar discos de vinilo. La cosa estaba clarísima: todos grabábamos los discos de todos. Era algo así como un fondo común de música. Cada uno compraba lo que podía y luego se grababa lo que le gustaba de los otros.
En algún momento de los 80 compré un radio-casete de doble pletina, estéreo, que convivía con mi tocadiscos y mis discos de vinilo. Más o menos en esa época entró en casa el primer video. Recuerdo que mientras estudiaba por las noches (siempre he sido nocturna) tenía la radio puesta e iba grabando las canciones que más me gustaban, y luego esas cintas se iban al coche. En cuanto al video, evidentemente me grababa las películas que más me gustaban si quería guardarlas. Nadie parecía considerar que ninguna de esas prácticas fuera censurable.
En 1990 llegó a casa mi equipo estéreo, con CD, doble pletina y giradiscos. Es el mismo que tengo hoy en día con algún ligero cambio, porque cuando me fui a vivir sola le añadí un reproductor de video y años más tarde cambié el reproductor de CD por uno de DVD. En cuanto entró el reproductor de CD en casa volví a comprar, con mucha paciencia, mis discos favoritos en ese soporte. Cada vez usaba menos los discos de vinilo, hasta el punto de que se quedaron en casa de mis padres cuando me fui. Para entonces ya era enseñaba inglés y recuerdo que grababa fragmentos de diálogos de película en casete para trabajarlos con mis alumnos. También grababa películas en VO (a las mil en la 2, o en TV3, cuando descubrí que todo lo que hacía falta para coger el dual era un video estéreo).
Más o menos en el 2000 llegó el DVD a mi casa. Eso quería decir que podía grabar alguna película de DVD en VHS, por ejemplo. Como sucedía en los años 70 con la música. En ese momento los ordenadores ya llevaban grabadores de CD, así que también se podían copiar los CDs que uno compraba en otros CDs. En esos momentos mis alumnos empezaron a trabajar con trozos de audio y video en lugar de trabajar solo con trozos de audio. Y si les enseñaba alguna canción, posiblemente el soporte era un CD y no un casete.
Luego llegaron los archivos comprimidos, tanto de audio como de video. Uno podía meter todos sus CDs en pocos discos o en un rincón del disco duro con un poco de paciencia. Y sí, esos discos favoritos que había tenido en vinilo y luego compré en CD se convirtieron en .mp3 y se quedaron a vivir en mi disco duro, por si me apetecía escucharlos mientras trabajaba sin molestar a los vecinos.
Con el ordenador, además, llegó otra cosa. Antes uno grababa su música y la pasaba a los amigos de su entorno (y si necesitaba algo preguntaba a sus amigos si conocían a alguien que tuviera tal o cual música o tal o cual película). Con Internet el concepto de entorno ha cambiado, evidentemente, porque ahora el entorno es el mundo entero. También ha cambiado el sistema de transmisión, porque ahora ya no hace falta ir a buscar el original, grabarlo y devolverlo, no hace falta pasarse nada que sea físico ni perder tiempo en ir y venir.
Además, ahora también tenemos grabadores de DVD domésticos, que nos permiten grabar cualquier cosa que se emita por la tele en DVD, como antes lo permitía el video. El archivo resultante se puede ver en cualquier ordenador, y también se puede compartir con los amigos.

De hecho, lo que ha cambiado no es la práctica de grabarse cosas y compartirlas, sino la tecnología disponible para ello, que ha hecho que las cosas sean cada vez más fáciles. Antes las cintas se grababan en tiempo real, había que vigilar la grabación, y había que llevarlas físicamente a otro sitio; ahora los archivos de audio y video se graban muy rápidamente, mientras se hacen otras cosas, y no hace falta llevar ni traer nada.
Yo, sinceramente, no creo que haya mucha diferencia entre preguntar en la sala de profesores (eso pueden ser unas 100 personas) o entre familiares y amigos si alguien tiene un determinado CD para grabar una canción para ponerla a los alumnos, o entre “preguntarlo” a mucha más gente usando un programa p2p. Tampoco creo que haya mucha diferencia entre el grupo de amigos que compra música o películas en común y las graba entre ellos (como hacíamos ya en los años 70) o entre compartir esas cosas con un programa p2p. O entre grabarse una película o una serie cuando la echan por la tele, y bajarse eso mismo de Internet.
Además, creo que las cifras estimadas de pérdidas por ese motivo parten de una base irreal. No me vale eso de que “se ha descargado tanto, por lo tanto se ha dejado de ingresar tanto”. Eso es totalmente falso, por la simple razón de que la gente dispone de una determinada cantidad de dinero, y esa es la que puede gastar. A lo mejor el cálculo debería hacerse partiendo de eso. Analizar los ingresos de la gente y sus gastos, y ver qué cantidad de dinero se gasta en ese tipo de producto. De la misma forma que en los 70 cada uno se compraba los discos que le permitía su paga semanal, en 2008 cada uno compra la cultura que se puede permitir con lo que sobra después de pagar todo lo necesario. Si no existiera el p2p igual no se descargaría esa música y ese cine, pero tampoco se compraría. Creo que todos seguimos comprando lo que realmente queremos, de la misma forma que yo compré primero los discos en vinilo, y luego los CDs que realmente quería, y de la misma forma que los volvería a comprar en otro soporte si los CDs dejaran de usarse. Y como eso más cosas: si realmente me apetece ver una película, voy a verla al cine en cuanto se estrena y a lo mejor luego me compro el DVD; si realmente me apetece leer un libro, haré lo que sea para encontrarlo y comprarlo; si realmente me gusta un cantante, haré lo que sea para ir a verle en directo y seguro que compraré toda su discografía.
Pero igual que digo eso, también diré que muchas de las actividades que hice en su momento con mis alumnos no las habría hecho si hubiera tenido que pagar por ellas. Una cosa es grabar un fragmento del vídeo o DVD que has alquilado porque en ese momento te parece que puede ser interesante hacer una actividad con eso, y otra muy diferente tener que comprarse la película; y una cosa es que el alumno te preste el CD para que te grabes la canción que todos quieren aprender, y otra muy diferente es tener que comprarlo tú.
Por otra parte, estoy convencida de que el acceso a ciertas cosas a la larga es favorable para quienes se quejan por las supuestas pérdidas que ese acceso les supone. Supongamos que vemos una película que alguien ha bajado de Internet y nos encanta, y supongamos que luego queremos ir al cine y vemos que hay una película del mismo director. A lo mejor, como la otra nos ha encantado, escogemos ir a ver la película del mismo director; o decidimos regalar ese CD de música que un amigo nos ha pasado y nos ha gustado (o ese que les gusta a los alumnos, aunque a nosotros no nos guste); o que alguien nos preste un libro (o nos lo pase en .pdf) y que nos encante y que más adelante nos lo compremos “para tenerlo” o que lo regalemos. Yo normalmente regalo libros, películas y música que ya conozco y que me han gustado y sé que mucha gente hace lo mismo.
Además hay otro tema, que es la dificultad de encontrar ciertas cosas en nuestro entorno inmediato. Seamos realistas, hoy en día la cultura también funciona un poco por modas y lo más actual está disponible, pero ciertas cosas no se pueden encontrar fácilmente. No creo ser la única que ha tenido problemas para encontrar una determinada película de los años 30 en DVD, sea para comprarla o alquilarla, ni la única que ha encargado discos o libros descatalogados, ni la única que busca en librerías de viejo lo que ya no puede encontrar en las librerías “normales”. Y si eso es cierto para países supuestamente civilizados en los que no existe la censura, no quiero ni imaginar lo que puede pasar en otros sitios del mundo.

Hace unos cuantos días apareció un artículo en El País sobre los “fansubs”, es decir, los subtítulos hechos por aficionados para las series o películas que se pueden encontrar en Internet. Al parecer, según David Bravo, este hecho podría vulnerar la ley de propiedad intelectual porque, si bien no existe ánimo de lucro, en teoría habría que pedir permiso a los autores para hacer una obra derivada del original, que sería propiedad intelectual. Eso es lo que dice El País, yo no lo he visto en su blog, pero igual es que estoy espesa y no he sabido encontrarlo.
Aun así, a mí me parece que, otra vez, estamos ante un problema de facilidad de medios y de amplitud del entorno. Lo que quiero decir es que, si volvemos otra vez a lo que pasaba en los años 70, cuando además del casete nos pasaban una bonita traducción de las canciones escrita a mano, entonces tampoco pasaba nada ni a nadie se le ocurría que eso pudiera ser ilegal ni inmoral. Nadie se echaba las manos a la cabeza porque alguien tradujera algo y distribuyera esa traducción en su entorno, más bien era todo lo contrario. De que fuera una obra derivada de propiedad intelectual ni se hablaba, claro, pero es que entonces el entorno era muy pequeño. Así que, posiblemente, el problema en realidad es que el entorno es mucho más grande que antes y que el canal de distribución es mucho más eficaz que los de antes.
Como traductora no me preocupa ni me molesta que haya personas que se dediquen a subtitular cosas y que pongan esos subtítulos a disposición de su entorno, aunque ese entorno sea el mundo entero, de la misma forma que no creo que preocupe a fontaneros y electricistas que algunos “manitas” se ofrezcan amablemente a hacer algunos arreglillos gratis en casa de amigos y familiares. Al fin y al cabo yo también hago gratis cosas por las que otros cobran, y me atrevería a decir que en esto no soy la única, ni de lejos.

En cuanto a mis sentimientos con respecto al canon solo diré una cosa: me molesta saber que estoy pagando un canon cada vez que compro un dispositivo que sirva para almacenar archivos por el simple hecho de que ahí se pueden almacenar cosas protegidas por copyright. Es tan absurdo como pagar unas cuantas multas anuales por tener coche, por el mero hecho de que al conducir se pueden cometer infracciones. Pero lo que más me molesta es saber que estoy pagando un canon cada vez que voy a hacer fotocopias de mi trabajo. De hecho, me molesta tanto que prefiero imprimir las copias que necesito aunque me gaste más dinero en tinta para la impresora que en fotocopias.
Será por eso que he contribuido a montar una editorial que publica exclusivamente obras con licencias Creative Commons... será.