En ningún momento quiero dudar de la justicia de la sentencia por la que una niña de 10 años recibirá 3.000 € de la Consejería de Educación de Castilla-La Mancha por ser víctima de acoso. Pero al leer el artículo en El País, me pregunto muchas cosas.
Me pregunto si alguien se ha parado a pensar en todas las bajas del profesorado por depresión, estrés, ansiedad y demás enfermedades relacionadas. Pienso en mi, y en los compañeros que he tenido durante los años en los que he trabajado como profesora de secundaria. Recuerdo las reuniones con los padres, los claustros, las sesiones de evaluación, el día a día en las aulas. Sé positivamente que la mayoría de esas bajas por ansiedad, estrés y depresión están justificadas (siempre hay alguien que opina que muchas de ellas son puro cuento, eso por descontado) y son plenamente reales.
Es más, sé también que muchos profesores sobreviven como pueden sin pedir una de esas bajas esperando al próximo puente, o a las próximas vacaciones, para “cargar baterías” y poder seguir enfrentándose a todo sin tener que recurrir a eso. Suelen ser los mismos que van a clase afónicos, resfriados, con un brazo roto, con dolor de espalda... Sé también que un buen día no van a poder aguantar más y pedirán esa baja, bien por haber perdido el control, o por miedo real a perderlo.
Sé de profesores que han acabado en la biblioteca del centro, prácticamente solos durante todo su horario lectivo, por voluntad propia y con miedo de que les vuelvan a enviar a su puesto, porque son incapaces de enfrentarse a una clase. No me malinterpreten, ellos quieren dar clase, pero sus alumnos no les dejan. No es que no puedan enfrentarse al hecho de dar una clase, sencillamente no pueden enfrentarse a más de treinta alumnos por quienes se sienten menospreciados en el mejor de los casos. En el peor, agredidos y amenazados, verbal o físicamente.
Sé también que los profesores se lo piensan cada vez más a la hora de tener hijos o que incluso han decidido no tenerlos. Les entiendo perfectamente. Da pánico pensar que un hijo tuyo pueda salir como los que tienes en clase, pero todavía da más pánico pensar que no saldrá como ellos y que tendrá semejantes compañeros de clase.
Sé de muchos que están en tratamiento farmacológico por depresión y por ansiedad desde hace años, y que sin embargo siguen aguantando como pueden. Sé de otros que han desarrollado una fobia, irracional como toda fobia pero absolutamente real, a todo lo que se parezca remotamente a un adolescente, hasta el punto de abandonar un cine, un bar o una plaza al percatarse de su presencia.
Sé también que muchos de ellos, como sucede con las mujeres maltratadas, se echan la culpa a sí mismos por todo lo que les pasa. Sólo que en su caso, al contrario de lo que sucede con las mujeres víctimas de malos tratos, no reciben apoyo alguno, ni por parte de los padres, ni de la directiva del centro, ni de la Consejería de Educación correspondiente, ni de la sociedad en general, y muchas veces tampoco de sus familiares, amigos o compañeros. Eso sí, todos se molestan en recordarles que tienen muchas vacaciones.
Me pregunto si alguien en las altas esferas se ha preocupado en algún momento por el número de bajas por depresión, ansiedad... de los profesores. No hablo de una preocupación “administrativa”, sino de genuina preocupación por el bienestar de un colectivo. Me pregunto si las directivas se preocupan por las bajas de sus profesores, si los profesores se preocupan por las bajas de sus compañeros... No me pregunto si los alumnos se preocupan, todos sabemos que los alumnos por definición se alegran de la enfermedad del profesor. Tampoco me pregunto si los padres se preocupan... para ellos una baja de un profesor no es más que otra forma de presión contra el centro.
Cuando yo era alumna, mis padres y los profesores eran cómplices. Cuando un profesor me castigaba, mis padres me castigaban también. A los profesores se les suponía la razón, como a los soldados el valor. Y sin embargo, yo nunca percibí a un profesor como a un enemigo, cosa que pasa ahora. Tampoco me habría atrevido a cuestionar a un profesor, y mucho menos a insultarle. Pero en casa me habían enseñado el respeto a todos los mayores en general y a los profesores en particular. Ahora... los hijos insultan a sus padres y no pasa nada, y luego los padres cuestionan a los profesores ante los hijos, en el mejor de los casos (en el peor, les insultan o les agraden) y tampoco pasa nada. Ya me lo decía mi padre, un maestro de escuela de los de antes... que los profesores tenemos la mala suerte de que todo el mundo se cree que sabe hacer nuestro trabajo y se cree con derecho a explicarnos cómo hacerlo.
Actualmente estoy en excedencia y desde la distancia puedo permitirme el lujo de la perspectiva, y me pregunto cuánto tardará la situación en hacerse insostenible, cuánto tardarán los profesores en exigir unas condiciones de trabajo dignas del esfuerzo y la ilusión que invierten cada día en hacer bien su trabajo o, simplemente, a estas alturas, dignas de la negación de la propia dignidad y del esfuerzo que representa el hecho cotidiano de tragar insultos, amenazas y faltas de respeto, y aguantarse una mano con la otra para no abofetear a quién acaba de llamarte hijo de puta impunemente, sabiendo que esa bofetada sería perfectamente comprensible en otra circunstancia cualquiera. Sonrío. Recuerdo otra vez a mi padre: Me decía también que ser padre es como ser peatón, no hace falta carné.
Sí, desde la distancia puedo sonreír, pero me pregunto qué haría si estuviera en activo, si estaría aguantando aun o si habría sucumbido, si me atrevería a exigir una indemnización por mi dignidad pisoteada o si ya me habría buscado otro trabajo.
Yo he tenido la suerte de algunas putas: me han retirado de profe y ahora soy una mantenida. Aunque quisiera no podría volver a la enseñanza pública hasta dentro de un año y medio. No sé si alguna vez tendré que volver a las aulas por necesidad, pero tengo clarísimo que no voy a hacerlo por gusto, que será mi último recurso.
Me pregunto si alguien se ha parado a pensar en todas las bajas del profesorado por depresión, estrés, ansiedad y demás enfermedades relacionadas. Pienso en mi, y en los compañeros que he tenido durante los años en los que he trabajado como profesora de secundaria. Recuerdo las reuniones con los padres, los claustros, las sesiones de evaluación, el día a día en las aulas. Sé positivamente que la mayoría de esas bajas por ansiedad, estrés y depresión están justificadas (siempre hay alguien que opina que muchas de ellas son puro cuento, eso por descontado) y son plenamente reales.
Es más, sé también que muchos profesores sobreviven como pueden sin pedir una de esas bajas esperando al próximo puente, o a las próximas vacaciones, para “cargar baterías” y poder seguir enfrentándose a todo sin tener que recurrir a eso. Suelen ser los mismos que van a clase afónicos, resfriados, con un brazo roto, con dolor de espalda... Sé también que un buen día no van a poder aguantar más y pedirán esa baja, bien por haber perdido el control, o por miedo real a perderlo.
Sé de profesores que han acabado en la biblioteca del centro, prácticamente solos durante todo su horario lectivo, por voluntad propia y con miedo de que les vuelvan a enviar a su puesto, porque son incapaces de enfrentarse a una clase. No me malinterpreten, ellos quieren dar clase, pero sus alumnos no les dejan. No es que no puedan enfrentarse al hecho de dar una clase, sencillamente no pueden enfrentarse a más de treinta alumnos por quienes se sienten menospreciados en el mejor de los casos. En el peor, agredidos y amenazados, verbal o físicamente.
Sé también que los profesores se lo piensan cada vez más a la hora de tener hijos o que incluso han decidido no tenerlos. Les entiendo perfectamente. Da pánico pensar que un hijo tuyo pueda salir como los que tienes en clase, pero todavía da más pánico pensar que no saldrá como ellos y que tendrá semejantes compañeros de clase.
Sé de muchos que están en tratamiento farmacológico por depresión y por ansiedad desde hace años, y que sin embargo siguen aguantando como pueden. Sé de otros que han desarrollado una fobia, irracional como toda fobia pero absolutamente real, a todo lo que se parezca remotamente a un adolescente, hasta el punto de abandonar un cine, un bar o una plaza al percatarse de su presencia.
Sé también que muchos de ellos, como sucede con las mujeres maltratadas, se echan la culpa a sí mismos por todo lo que les pasa. Sólo que en su caso, al contrario de lo que sucede con las mujeres víctimas de malos tratos, no reciben apoyo alguno, ni por parte de los padres, ni de la directiva del centro, ni de la Consejería de Educación correspondiente, ni de la sociedad en general, y muchas veces tampoco de sus familiares, amigos o compañeros. Eso sí, todos se molestan en recordarles que tienen muchas vacaciones.
Me pregunto si alguien en las altas esferas se ha preocupado en algún momento por el número de bajas por depresión, ansiedad... de los profesores. No hablo de una preocupación “administrativa”, sino de genuina preocupación por el bienestar de un colectivo. Me pregunto si las directivas se preocupan por las bajas de sus profesores, si los profesores se preocupan por las bajas de sus compañeros... No me pregunto si los alumnos se preocupan, todos sabemos que los alumnos por definición se alegran de la enfermedad del profesor. Tampoco me pregunto si los padres se preocupan... para ellos una baja de un profesor no es más que otra forma de presión contra el centro.
Cuando yo era alumna, mis padres y los profesores eran cómplices. Cuando un profesor me castigaba, mis padres me castigaban también. A los profesores se les suponía la razón, como a los soldados el valor. Y sin embargo, yo nunca percibí a un profesor como a un enemigo, cosa que pasa ahora. Tampoco me habría atrevido a cuestionar a un profesor, y mucho menos a insultarle. Pero en casa me habían enseñado el respeto a todos los mayores en general y a los profesores en particular. Ahora... los hijos insultan a sus padres y no pasa nada, y luego los padres cuestionan a los profesores ante los hijos, en el mejor de los casos (en el peor, les insultan o les agraden) y tampoco pasa nada. Ya me lo decía mi padre, un maestro de escuela de los de antes... que los profesores tenemos la mala suerte de que todo el mundo se cree que sabe hacer nuestro trabajo y se cree con derecho a explicarnos cómo hacerlo.
Actualmente estoy en excedencia y desde la distancia puedo permitirme el lujo de la perspectiva, y me pregunto cuánto tardará la situación en hacerse insostenible, cuánto tardarán los profesores en exigir unas condiciones de trabajo dignas del esfuerzo y la ilusión que invierten cada día en hacer bien su trabajo o, simplemente, a estas alturas, dignas de la negación de la propia dignidad y del esfuerzo que representa el hecho cotidiano de tragar insultos, amenazas y faltas de respeto, y aguantarse una mano con la otra para no abofetear a quién acaba de llamarte hijo de puta impunemente, sabiendo que esa bofetada sería perfectamente comprensible en otra circunstancia cualquiera. Sonrío. Recuerdo otra vez a mi padre: Me decía también que ser padre es como ser peatón, no hace falta carné.
Sí, desde la distancia puedo sonreír, pero me pregunto qué haría si estuviera en activo, si estaría aguantando aun o si habría sucumbido, si me atrevería a exigir una indemnización por mi dignidad pisoteada o si ya me habría buscado otro trabajo.
Yo he tenido la suerte de algunas putas: me han retirado de profe y ahora soy una mantenida. Aunque quisiera no podría volver a la enseñanza pública hasta dentro de un año y medio. No sé si alguna vez tendré que volver a las aulas por necesidad, pero tengo clarísimo que no voy a hacerlo por gusto, que será mi último recurso.
3 comentaris:
Hola Boiriña, tienes razón. Me ha gustado mucho. Es cierto que hay personas que piensan que las bajas de los profesores son puro cuento (mi padre entre ellos)pero yo cuando estaba en el instituto fui testigo de la ansiedad sufrida por una profesora. Lo pasaba realmente mal y no sé como aguantó tanto los desdenes de los alumnos más conflictivos.
Deberías enviar tu post a Cartas al Director :)
besos :************
Lo envié en su momento y ahora me ha llamado mi madre para decirme que lo publicaron anteayer. Casi dos meses después. Tendrían un hueco, y como la carta era tan larga casi que habrá que agradecerles el esfuerzo. ;)
Fiquei um pouco surpreendida ao ver que em Espanha o problema é o mesmo que em Portugal!
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