Es indudable que las cosas han cambiado para las mujeres en los últimos veinte años, al menos en su forma exterior, porque el fondo sigue siendo el mismo. Cualquiera de las cosas utilizadas por nosotras ha cambiado de aspecto en este tiempo... sin embargo pocas son las cosas que han desaparecido por no ser ya necesarias. Cuando digo esto siempre me vienen a la mente las compresas y tampones... cambian, mejoran, pero no desaparecen, como no desaparece la batidora, ni la nevera, ni la cocina. Sin embargo, otros elementos que antes no entraban en la vida cotidiana de la mujer se han ido incorporando a su entorno familiar. Uno de ellos es el ordenador y, cómo no, Internet con todas las posibilidades que ofrece.
Alguno que otro de mis amigos y, sorprendentemente, mucho más a menudo mis amigas, me ha mirado con cara rara al decirles que llevo más de un año felizmente conectada a Internet. Una de ellas me dijo muy llanamente que ella no tenía tiempo de jugar con el ordenador y yo pensé al instante: “será marujón... !”. Luego me acordé que muchas veces había pensado en las mujeres de mi generación (concretamente en mí misma, para qué negarlo) y la definición más gráfica que se me había ocurrido consistía en decir que estamos “entre el ciberespacio y el marujeo”. Y me puse a pensar detenidamente en el uso que hago de mi conexión a Internet, cosas de trabajo aparte, y apareció otra vez eso que decía al principio: las cosas cambian, pero sólo por fuera, la esencia permanece intacta. ¿Unos ejemplos?
Empecemos por el uso del ordenador. Nos hemos decidido a usarlo, algunas incluso nos llevamos francamente bien con el cacharrito de marras, pero no dejamos de considerarlo un cacharro... igual es por eso que las mujeres nos quejamos mucho menos de los mensajes de error del Windows 95 que los hombres. Tendemos a considerar que las máquinas tienen sus manías y sus cosas, y no nos preocupa en absoluto entender los misterios de esas manías. Si de repente el ordenador se queda colgado y hay que reiniciar lo hacemos sin el menor problema, porque la experiencia nos dice que luego suele funcionar, y eso es lo único que importa. Creo que en la mayoría de los casos esto es lo que realmente interesa a una mujer, que el cacharro que esté usando funcione. No hay pregunta que parezca más estúpida a una mujer que la tradicional (formulada por un hombre en casi todas las ocasiones) “¿Qué tiene?” cuando el coche se le ha parado en medio de la carretera. A ella le da exactamente igual lo que tenga, antes funcionaba y ahora no: eso es lo único que tiene claro.
Sigamos analizando. Las formas de comunicación cambian, ahora mismo gracias al correo electrónico puedo comunicarme con la otra punta del mundo en minutos... ¿para qué? Para cotillear, evidentemente. Antes una cotilleaba con la vecina mientras tendía la colada, ahora se busca el cotilleo con la gente del canal de IRC o con la del grupo de noticias. Cambia el medio, pero el cotilleo permanece. Queda también la preocupación por las cosas que tradicionalmente han sido consideradas propias de las mujeres. Analizando lo último que me he bajado de Internet, mezclados con alguna que otra cosa útil para mi trabajo, me he encontrado varios programas que diseñan mapas de punto de cruz y varios recetarios, a saber, uno de comida vegetariana y otro de cocina de la Antigua Roma. Alguna que otra vez me he preguntado si esta preocupación por las “labores del hogar” no será provocada por una necesidad de autojustificarme, de demostrar al mundo que a pesar de todo sigo siendo una mujer.
Después de lo dicho hasta ahora puede parecer que las mujeres de mi generación estamos un poco confundidas con respecto a nuestro papel, casi como si todo se entrelazara: usamos el ordenador para demostrar que somos capaces de adaptarnos a los cambios que se van produciendo en el mundo, para que se vea que estamos al día y que no nos quedamos atrás... pero bajamos recetas de cocina, programas para convertir esa foto del perro en un mapa de punto de cruz, juegos educativos para los niños para que quede claro que seguimos siendo mujeres, ¡y muy femeninas además!
Lo curioso es que no creo que sea ni una cosa ni otra. No creo que necesitemos justificarnos, ni ante nadie ni ante nosotras mismas, ni creo que estemos confundidas con respecto a nuestro papel... Simplemente se nos ha venido encima algo nuevo y lo hemos aceptado una vez más con toda la naturalidad del mundo, como tantas otras veces a lo largo de la historia. Y además asumiremos los cambios que eso provoque en nuestra forma de vida con la misma naturalidad que hemos asumido el invento. Pero algunas cosas no cambiarán nunca, puedo imaginarme haciendo la compra a través del ordenador, pero sé que no dejaré de pedir jamás tomates bien firmes y carne bien tierna...
Quizás a mi manera soy tan maruja como mi amiga, esa que está demasiado ocupada con el trabajo, el marido y los niños como para ponerse a jugar con el ordenador, quizá sí... Lo admito, soy una maruja... bueno... una cibermaruja... ¿Y qué?
Alguno que otro de mis amigos y, sorprendentemente, mucho más a menudo mis amigas, me ha mirado con cara rara al decirles que llevo más de un año felizmente conectada a Internet. Una de ellas me dijo muy llanamente que ella no tenía tiempo de jugar con el ordenador y yo pensé al instante: “será marujón... !”. Luego me acordé que muchas veces había pensado en las mujeres de mi generación (concretamente en mí misma, para qué negarlo) y la definición más gráfica que se me había ocurrido consistía en decir que estamos “entre el ciberespacio y el marujeo”. Y me puse a pensar detenidamente en el uso que hago de mi conexión a Internet, cosas de trabajo aparte, y apareció otra vez eso que decía al principio: las cosas cambian, pero sólo por fuera, la esencia permanece intacta. ¿Unos ejemplos?
Empecemos por el uso del ordenador. Nos hemos decidido a usarlo, algunas incluso nos llevamos francamente bien con el cacharrito de marras, pero no dejamos de considerarlo un cacharro... igual es por eso que las mujeres nos quejamos mucho menos de los mensajes de error del Windows 95 que los hombres. Tendemos a considerar que las máquinas tienen sus manías y sus cosas, y no nos preocupa en absoluto entender los misterios de esas manías. Si de repente el ordenador se queda colgado y hay que reiniciar lo hacemos sin el menor problema, porque la experiencia nos dice que luego suele funcionar, y eso es lo único que importa. Creo que en la mayoría de los casos esto es lo que realmente interesa a una mujer, que el cacharro que esté usando funcione. No hay pregunta que parezca más estúpida a una mujer que la tradicional (formulada por un hombre en casi todas las ocasiones) “¿Qué tiene?” cuando el coche se le ha parado en medio de la carretera. A ella le da exactamente igual lo que tenga, antes funcionaba y ahora no: eso es lo único que tiene claro.
Sigamos analizando. Las formas de comunicación cambian, ahora mismo gracias al correo electrónico puedo comunicarme con la otra punta del mundo en minutos... ¿para qué? Para cotillear, evidentemente. Antes una cotilleaba con la vecina mientras tendía la colada, ahora se busca el cotilleo con la gente del canal de IRC o con la del grupo de noticias. Cambia el medio, pero el cotilleo permanece. Queda también la preocupación por las cosas que tradicionalmente han sido consideradas propias de las mujeres. Analizando lo último que me he bajado de Internet, mezclados con alguna que otra cosa útil para mi trabajo, me he encontrado varios programas que diseñan mapas de punto de cruz y varios recetarios, a saber, uno de comida vegetariana y otro de cocina de la Antigua Roma. Alguna que otra vez me he preguntado si esta preocupación por las “labores del hogar” no será provocada por una necesidad de autojustificarme, de demostrar al mundo que a pesar de todo sigo siendo una mujer.
Después de lo dicho hasta ahora puede parecer que las mujeres de mi generación estamos un poco confundidas con respecto a nuestro papel, casi como si todo se entrelazara: usamos el ordenador para demostrar que somos capaces de adaptarnos a los cambios que se van produciendo en el mundo, para que se vea que estamos al día y que no nos quedamos atrás... pero bajamos recetas de cocina, programas para convertir esa foto del perro en un mapa de punto de cruz, juegos educativos para los niños para que quede claro que seguimos siendo mujeres, ¡y muy femeninas además!
Lo curioso es que no creo que sea ni una cosa ni otra. No creo que necesitemos justificarnos, ni ante nadie ni ante nosotras mismas, ni creo que estemos confundidas con respecto a nuestro papel... Simplemente se nos ha venido encima algo nuevo y lo hemos aceptado una vez más con toda la naturalidad del mundo, como tantas otras veces a lo largo de la historia. Y además asumiremos los cambios que eso provoque en nuestra forma de vida con la misma naturalidad que hemos asumido el invento. Pero algunas cosas no cambiarán nunca, puedo imaginarme haciendo la compra a través del ordenador, pero sé que no dejaré de pedir jamás tomates bien firmes y carne bien tierna...
Quizás a mi manera soy tan maruja como mi amiga, esa que está demasiado ocupada con el trabajo, el marido y los niños como para ponerse a jugar con el ordenador, quizá sí... Lo admito, soy una maruja... bueno... una cibermaruja... ¿Y qué?
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